“Cualquier trabajo de arquitectura que no sea capaz de expresar
serenidad es precisamente un error. Por ello es un error reemplazar la
protección de los muros con el uso incontenido de ventanales enormes, cosa que
impera hoy...”
Luis Barragán
En un pasado
demodé, el mundo de ayer, de apariencia retrograda, es decir en el siglo XIX y
en la primera mitad del XX, la clase media europea daba mucha importancia a la
cultura general. Era uno de los procedimientos predilectos para evidenciar
cierta posición social y una exigencia que conllevaba la necesidad de
educarse permanentemente. Hoy, en cambio, la cultura general va relegándose
progresivamente al conocimiento común de lo que podemos escuchar en televisión
o en la calle, mientras, el discernir humanístico apenas es valorado, cuando no
es reprochado, difamado o tildado de “friki”.
La dictatorial
audiencia de los medios de comunicación sin ir más lejos, han tenido una
capital importancia en el proceso de arrojar la sabiduría cultural al
contenedor de los desperdicios inútiles (es el incoloro, por si alguien se lo
pregunta). El mejor ejemplo de todo lo expuesto lo podemos encontrar entre la
elección de contemplar a veintidós hombres persiguiendo un mismo balón y un
reportaje sobre Tomás Moro, pensador, teólogo y escritor inglés, famoso por su
obra Utopía, donde se relata la organización de una sociedad ideal, es más que
evidente conocer quien se llevará el “share al agua” y más aún si la
competencia televisiva se dirime entre Belén Esteban, la princesa del pueblo y
Francisco Rodríguez Adrados, por citar a un sabio humanista contemporáneo.
No nos
engañemos, en el pasado la insistencia en destacar los conocimientos culturales
servía también de barrera entre “clases sociales”, ahora, el mundo ha logrado
simular la fracturación de esa separación entre los hombres, ha nacido la
vulgaridad en su máximo exponente, creando la democratización de la ignorancia,
y yo me pregunto ¿existen muros mayores?
Pedro L. Villalonga
y Cardona