Así fue como entré en el juego.
Buscando en lo más profundo, intentando
bucear en tu alma y porque no decirlo también, en tu cuerpo. Al llegar, no
hablaron ya tus poesías y había desaparecido la música e interpretaste tú papel
haciendo uso de palabras de otros.
En esa búsqueda, sólo quería llegar a
ese puntito de ahí, nada más. Un punto donde realidad y ficción coinciden
siendo lo mismo, para al final hacerse polvo susurrando alguna situación fastuosa
y mágica que adquiere en principio un compromiso sutil. Quería y necesitaba
cruzar el umbral de donde están escritos
los sueños, en un papel arrugado, donde habríamos sido libres; donde podríamos haber
imitado al viento.
Te diré algo más; tú siempre has sido
pensada, yo jamás quise renunciar a un precioso instante, tal
vez de una vida utópica, casi quimérica.
Y es que recuerdo que cerrábamos los
ojos, cruzábamos el umbral del acantilado y me abrazabas, al instante decías - ¡Aquí
no hay frio! – Mientras, una somnolencia casi narcótica hacia que nos quedáramos
dormidos, y unidos jugábamos a ser vida.
Pedro L. Villalonga y Cardona
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