Hace unas semanas, en una de esas celebraciones a las que a
uno le apetece tanto asistir como ser condenado a veinte latigazos, de los de
verdad, de los de las plazas públicas de Teherán, pero que por un motivo u otro es imposible el
simple hecho de justificar la no comparecencia, descubrí a alguien interesante
y con gran satisfacción quería escucharle, el deseaba hablar de espiritualidad, hablar de su experiencia
ante algo nuevo que se había cruzado en su vida, estaba
esperando a que le dejaran hablar… nadie le escuchaba, de hecho nadie atendió
sus intentos, se le pusieron todo tipo de impedimentos, eso sí, todo muy
formal, vaya a ser que digamos algún improperio o alguna grosería. Pienso
que la gente tiene miedo de prestar atención a palabras sensibles, afectivas,
delicadas y bajo mi humilde punto de
vista creo que la desnudez del alma es lo que ha de unirnos, es el volver a la
senda de la cual con las generaciones y junto con el paso del tiempo hemos perdido.
Hoy (como podéis ver tengo muchos compromisos sociales de
primera clase) me he vuelto a reunir con algunos de los invitados de la fiesta
anterior y he percibido una pequeña luz, la misma, iluso de mí, me ha parecido
que me permitía mencionar los hechos acaecidos en el pasado evento, obviamente
el acallado he sido yo.
He de decir, que puesto que no estoy con mi verdadera gente he
aprendido con el tiempo y numerosos enfados, a mantener una relación
superficial, en absoluto interesante, pero quien sabe… ¡a lo mejor algún día me
llevo una sorpresa! ¡La esperanza es lo último que se pierde!
Pedro L. Villalonga y Cardona
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